"Hasta nuestras casas se están convirtiendo en no-lugares"
Augé retoma su idea de "no-lugar", un sitio de paso, donde no se dan relaciones reales. Con las pantallas, dice aquí, las casas incorporan esas relaciones ilusorias.
—Ante el escenario de gran conectividad y mediatización al que asistimos en las sociedades actuales, ¿puede pensarse en la propia casa como un no-lugar?
—Bueno, en todas las casas, incluso en las regiones muy pobres, hay un televisor, no en todas una computadora pero sí un televisor. De modo que el centro de la casa es al mismo tiempo el lugar de la relación con el exterior, es como si el individuo quedara descentrado en la relación consigo mismo. Existe a través de las imágenes y establece relaciones de tipo ilusorio con el resto del mundo. De modo que sí, se podría hablar de un tipo de no-lugarización de la casa misma. Una de las cosas que me ha llamado la atención al visitar algunas ciudades de América del Sur, de Venezuela y Colombia, fue haber encontrado alrededor de las grandes ciudades barrios habitados por campesinos, gente de origen indígena que escasamente hablaba el español y que vivía en una gran miseria, pero con un televisor encendido. Evidentemente no entendían literalmente todo lo que veían, pero el aparato sonaba y disparaba imágenes.
—Como una ventana al mundo...
—Sí, pero una ventana de la que no tienen las llaves. Esta es la situación más espectacular que he visto. Desde cierto punto de vista podemos decir que todos estamos mirando una imagen de afuera que en gran parte se nos escapa. A propósito de eso podríamos hablar también de una no lugarización de nuestra relación con el exterior. Se dice que dentro de unos años la gente podrá votar desde su casa a través de su computadora. Tengo miedo de que ése sea el último paso para la conversión del espacio privado en espacio público. Puede ser el colmo de la ilusión, porque la ilusión es que todo pasa a través de las pantallas. El conocimiento que tenemos es el conocimiento de las imágenes y los mensajes concebidos para la pantalla. Es decir que hay una distorsión. Podría resumirlo en dos palabras: el espacio del público sustituyó el espacio público.
—Ahora, si se tiene en cuenta esta realidad y la profundización de la sociedad de control, ¿podría decirse que conocemos el mundo a través de las pantallas pero al mismo tiempo quedamos atrapados en ellas?
—Sí, vivimos en un mundo bien controlado. Estamos en una etapa de individualización pero es una individualización pasiva, es una individualización de consumo bajo la mirada de las cámaras de vigilancia. Y eso en algún sentido define un universo totalitario. Podría decirse, por un lado, que hay una frontera cada día más problemática entre democracia y posibilidad de dictadura y, por otro lado, que estamos cruzando la frontera entre realidad y ficción. La ficción que presenta la televisión tiene un aspecto ambiguo y, en cierta forma, nuestra realidad no es más que este tipo de ficción.
—En ese caso, ¿corremos el riesgo de perder aquellos lugares por los cuales nos definimos: la familia, el grupo de amigos, los compañeros de trabajo?
—No. Bueno, siempre hay riesgos, pero el ser humano es un animal simbólico y como tal necesita de la relación. Cada uno necesita del otro para existir como individuo a través de la simbolización de la relaciones. Vivimos un período de crisis y hay cosas terribles que pueden venir pero creo que hay formas de resistencia. No resistencia militar sino la resistencia de la madera, de la piedra, del hombre y su existencia simbólica.
—Usted es optimista...
—Un optimismo relativo. Creo que la historia sigue existiendo y que la historia siempre ha sido una historia de violencia y de locura, como diría Shakespeare. La violencia la tenemos, la locura también y la historia consigue seguir su curso. No sabemos muy bien adónde vamos, pero vamos.
María Luján Picabea
—Ante el escenario de gran conectividad y mediatización al que asistimos en las sociedades actuales, ¿puede pensarse en la propia casa como un no-lugar?
—Bueno, en todas las casas, incluso en las regiones muy pobres, hay un televisor, no en todas una computadora pero sí un televisor. De modo que el centro de la casa es al mismo tiempo el lugar de la relación con el exterior, es como si el individuo quedara descentrado en la relación consigo mismo. Existe a través de las imágenes y establece relaciones de tipo ilusorio con el resto del mundo. De modo que sí, se podría hablar de un tipo de no-lugarización de la casa misma. Una de las cosas que me ha llamado la atención al visitar algunas ciudades de América del Sur, de Venezuela y Colombia, fue haber encontrado alrededor de las grandes ciudades barrios habitados por campesinos, gente de origen indígena que escasamente hablaba el español y que vivía en una gran miseria, pero con un televisor encendido. Evidentemente no entendían literalmente todo lo que veían, pero el aparato sonaba y disparaba imágenes.
—Como una ventana al mundo...
—Sí, pero una ventana de la que no tienen las llaves. Esta es la situación más espectacular que he visto. Desde cierto punto de vista podemos decir que todos estamos mirando una imagen de afuera que en gran parte se nos escapa. A propósito de eso podríamos hablar también de una no lugarización de nuestra relación con el exterior. Se dice que dentro de unos años la gente podrá votar desde su casa a través de su computadora. Tengo miedo de que ése sea el último paso para la conversión del espacio privado en espacio público. Puede ser el colmo de la ilusión, porque la ilusión es que todo pasa a través de las pantallas. El conocimiento que tenemos es el conocimiento de las imágenes y los mensajes concebidos para la pantalla. Es decir que hay una distorsión. Podría resumirlo en dos palabras: el espacio del público sustituyó el espacio público.
—Ahora, si se tiene en cuenta esta realidad y la profundización de la sociedad de control, ¿podría decirse que conocemos el mundo a través de las pantallas pero al mismo tiempo quedamos atrapados en ellas?
—Sí, vivimos en un mundo bien controlado. Estamos en una etapa de individualización pero es una individualización pasiva, es una individualización de consumo bajo la mirada de las cámaras de vigilancia. Y eso en algún sentido define un universo totalitario. Podría decirse, por un lado, que hay una frontera cada día más problemática entre democracia y posibilidad de dictadura y, por otro lado, que estamos cruzando la frontera entre realidad y ficción. La ficción que presenta la televisión tiene un aspecto ambiguo y, en cierta forma, nuestra realidad no es más que este tipo de ficción.
—En ese caso, ¿corremos el riesgo de perder aquellos lugares por los cuales nos definimos: la familia, el grupo de amigos, los compañeros de trabajo?
—No. Bueno, siempre hay riesgos, pero el ser humano es un animal simbólico y como tal necesita de la relación. Cada uno necesita del otro para existir como individuo a través de la simbolización de la relaciones. Vivimos un período de crisis y hay cosas terribles que pueden venir pero creo que hay formas de resistencia. No resistencia militar sino la resistencia de la madera, de la piedra, del hombre y su existencia simbólica.
—Usted es optimista...
—Un optimismo relativo. Creo que la historia sigue existiendo y que la historia siempre ha sido una historia de violencia y de locura, como diría Shakespeare. La violencia la tenemos, la locura también y la historia consigue seguir su curso. No sabemos muy bien adónde vamos, pero vamos.
María Luján Picabea
Tomado de: http://www.clarin.com/diario/2007/04/11/sociedad/s-04101.htm
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Bianca -